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miércoles, 5 de setiembre de 2012

A propósito de las Centrales de Video - Vigilancia

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A propósito de las Centrales de Video - Vigilancia

Seguridad, Liderazgo, valores, familia y confianza ciudadana.
miércoles, 5 de setiembre de 2012 - 40894 vistas
Los distritos de Lima que manifiestan verdadera preocupación por la seguridad de sus vecinos, realizan todos los esfuerzos por encontrar respuestas innovadoras, creativas y prácticas para derrotar a la delincuencia: luchan por impedir la micro-comercialización de drogas, combaten la venta de bebidas alcohólicas a menores de edad, dotan de seguridad el ingreso de los centros educativos, realizan una fuerte labor de fortalecimiento de la familia, promueven actividades culturales y deportivas, crean Juntas Vecinales de Seguridad Ciudadana, fortalecen el Serenazgo, entre otras actividades. Sobre la base de la teoría de la ventana rota,  construyen obras en terrenos descampados, gestionan la iluminación de parques y espacios públicos abandonados, evitan en lo posible el deterioro de los espacios públicos.
 
Se ha empezado a dar un nuevo paso: la instalación de cámaras de video-vigilancia. Así viene ocurriendo, por ejemplo en Ate, en donde se han instalando más de 132 cámaras de video-vigilancia monitoreadas desde una Central en la que los Serenos cuentan con 120 Radios Tetra (radio, celular, GPS) que permiten intercambiar información rápida y en tiempo real. Toda esta información que hacia y desde la Central de Video-Vigilancia vincula a los Serenos y a sus bases,  a los policías y a las comisarías, a las patrullas que se desplazan a pie, a los vecinos de las Juntas Vecinales de Seguridad Ciudadana. Todos están interconectados.  Las cámaras de video-vigilancia ubicadas en Huaycán, Horacio Cevallos, Santa Clara, Vitarte, Ceres, Ovalo de Santa Anita, Salamanca, Yerbateros, Mayorazgo, entre otras zonas más, están conectadas a una Central de Comunicaciones y a las comisarías del distrito. De otro lado, la Mancomunidad de la Carretera Central (Chosica, Chaclacayo, Santa Anita y de Ate) han suscrito un convenio  que crea el Serenazgo Sin Fronteras. La Municipalidad de Ate, por ejemplo, dispone hoy de 412 serenos, 186 Juntas Vecinales de Seguridad Ciudadana conformada cada una por 25 vecinos. Además, tiene 117 unidades vehiculares: 23 camionetas, 22 automóviles, 39 motos lineales, 33 cuatri-motos, etc.
 
Las tareas de por crear seguridad son cada vez más complejas y empiezan a hacerse realidad en Ate, en Lima Este y en todos los distritos de Lima.
 
Los alcaldes y sus equipos innovan y, por ejemplo, se construyen más Casetas y/o pequeños Centros de Seguridad en puntos estratégicos de los distritos, se realiza patrullaje a pie, en bicicleta, en motos, cuatri-motos, se han creado servicios de “serenazgo canino” e, incluso, algunos alcaldes en un afán marketero, crearon patrullan equinas.  Además de todo ello, en algunos distritos se han cerrado calles, colocándose rejas para evitar el fácil ingreso y huída se la delincuencia. Todo esto, y mucho más, se experimenta en los buenos gobiernos locales.
 
Sin embargo, la inseguridad no amaina. Crece. Pareciera que todo eso es insuficiente para lograr que los vecinos vivan seguros. ¿Cuál es la raíz del mal? ¿En dónde reside el problema de la seguridad ciudadana? ¿Cómo estamos en el país, en la zona rural y en las ciudades  grandes, medianas y pequeñas?
 
El Perú que a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado era un país con mayoritaria población rural, es hoy un país en el que el 80% de la población habita distintos tipos de ciudades. El rostro del Perú, cambió en menos de 40 años, creándose ciudades en el desierto donde no había nada, o multiplicándose la población diez veces, como en como en San Juan de Lurigancho o Ate, que está por el millón y los 600 mil habitantes, respectivamente.
 
En el ámbito rural el problema principal es el abigeato, los pequeños robos, la violencia por las tierras, el agua, las mujeres, lo que se manifiesta en las fiestas y en la violencia familiar. Pero, en las ciudades, los problemas de seguridad desbordan en número y violencia. El “sicariato” se ha multiplicado incorporando a menores de edad que por sumas irrisorias siegan la vida de funcionarios de Estado, a dirigentes vecinales o sindicales, cobran cupos a taxistas, a empresarios de todos los niveles de desarrollo. El caso extremo es el que viene ocurriendo en construcción civil en donde grupos de delincuentes cobran fuertes sumas a los empresarios constructores y cuotas a los trabajadores a cambio de trabajo. En esta rapiña, grupos de delincuentes se entrematan con el fin de controlar el ilegal negocio. No hay límites en el afán de apropiarse de lo ajeno.
 
La sociedad está siendo envenenada por el espíritu mortífero de la delincuencia. Pero, ¿por qué crece la delincuencia? No se trata de un tema externo a la familia y a la gente. La delincuencia crece dentro de la propia familia, se instala como violencia entre padres, primero como engaño, luego como violencia sorda y se desplaza de la cabeza de la familia hacia los hijos. Las familias viven en medio de la violencia. La irresponsabilidad crea hogares disfuncionales y muy violentos. Las drogas y el consumo de bebidas alcohólicas unidas al embarazo de más de 300 mil adolescentes al año genera familias precarias, sin padre, con madres que no terminas los estudios y que se ven obligas a “ganarse la vida”. Padres que no son autoridad y que no están en condiciones de educar a los hijos en valores son el origen del deterioro de la familia. Se instala así en el centro de la vida del país el caos, los anti-valores, el irrespeto, la violencia, las faltas y el delito.
 
En donde debería haber jerarquía familiar basada en el respeto mutuo, un orden constructivo y armonioso se genera el caldo de cultivo de la anomia: no hay autoridad, orden, ley. Los padres no lo son, abandonan el hogar o son sumamente violentos o egoístas. Las drogas y el alcohol y las malas costumbres crecen en personas inmaduras. Se educa en el ejemplo del engaño y la ley del más fuerte. Se engendran hijos en familias que consumen drogas cada vez más duras. Niños, adolescentes y jóvenes predispuestos al consumo porque viven en una ansiedad y violencia que no entienden; conductas disfuncionales que los atrapan. En el hogar, se roba, se engaña y se actúa con violencia. Hay una crisis de la familia peruana que hay que enfrentar.
Cuando la familia, que es el centro y el alma de la sociedad está enferma, todo se deteriora. Todo esta violencia se traslada a los hijos, a la calle, a los centros educativos y de allí a toda la sociedad que se nutre de medios de comunicación en los que se difunde la idea de que si la mujer cuenta con un  buen trasero tiene abierto el camino al éxito y que eso vale más que el trabajo disciplinado, honrado, honesto y esforzado construido sobre valores. Ser honrado y honesto, para algunos, es una estupidez.
 
El Perú es un país en transición, en crecimiento económico pero en deterioro moral. La falta de respeto a las normas, a las leyes, a las buenas costumbres, ha avanzado hasta instalarse en un gran espacio de la sociedad.
 
La anomia surgida en el poder político y en la familia se instalado en el país. Desde allí se extiende a toda la sociedad, y se retroalimenta con la inconducta de los supuestos líderes políticos y sociales. El mal ejemplo cunde y, en un país con cada vez más recursos, se está extendiendo la idea que si no se aprovecha el momento para robar algo, se es un tonto. Ha crecido y ganado espacio la cultura de la pendejada que se expresa ya desde hace décadas en anti-valores definidos reflejados en frases como “a pendejo, pendejo y medio”, “si no lo hago yo lo hace otro”, “todos lo hacen”, “nadie se va a dar cuenta”, “cómo es, cuánto hay”, etc. La mentira, el engaño, la estafa se ha instalado en un sector de la sociedad.
 
En el colmo, la PNP no es considerada una entidad confiable. Décadas de crisis institucional la han transformado en una entidad desaprobada por los vecinos que teme pedir ayuda a un policía. El ciudadano común considera al policía un peligro.  Los casos de jóvenes detenidos que terminan maltratados y/o muertes como en la comisaría de Barranco, aleja a los vecinos de la PNP. Si los que deberían cuidar el orden interno, el orden público y la seguridad ciudadana, no generan confianza, ¿quién proteger a los vecinos?
 
El liderazgo en el país no es consistente. Se requiere un rearme moral del país, un pacto entre todos los que creen que el Perú es un país viable.  Tiene que firmarse acuerdo y promover acciones para construir un camino que los ciudadanos puedan seguir confiados.
 
Un país crece y se proyecta si es que se edifica sobre fuertes valores que se internalizan, que se convierten en hábitos, en normas de conducta, en disciplina, en acción diaria, tanto en la forma de relacionarse con uno mismo y con los demás. Un país crece cuando hay confianza. La proliferación de leyes demuestra que la sociedad está en una crisis muy profunda, que la mayoría son pillos. Cuantas menos leyes, mejor. Pero las que existen, deben cumplirse a cabalidad.
 
La única manera de construir un país y una sociedad en serio es sobre la base de la ley y las buenas costumbres. Ello requiere un rearme moral del Perú. La crisis es moral y política. La familia peruana está en crisis y desde allí comienzan todos los males.
 
La crisis en el Perú, desde hace más de una década, no es económica. Es una crisis moral. Una crisis de liderazgo de carácter porque hoy llamados líderes tienen pies de barro, son personas han ingresado a la política a engañar, mentir, realizar negociados y construir un poder económico y personal, sobre la base de la apariencia, de la pura forma.  Estamos ante un grave problema que nace en la familia y se proyecta a toda la sociedad peruana.
 
Por ello, todo lo que se haga por la seguridad ciudadana es necesario. Pero se debe ir a la raíz. Como los árboles, los problemas tienen raíz y copa. En la raíz de la sociedad, están el origen de los problemas.
 
La sociedad peruana tiene que ingresar a una clara etapa de regeneración. Es imperativo construir una fuerte base moral sustentada en el emprendimiento, el trabajo honrado, en el cumplimiento de las normas morales y las leyes, el respeto al próximo, la asociatividad, el trabajo en equipo: capital humano y capital social.
 
El Perú necesita, con urgencia, un pacto por el rearme moral. La lucha contra el mal radical y el mal banal está a la orden del día. Es preciso ir a la raíz: recuperar a la familia y construir nuevos liderazgos. Una familia unida en un país unido por el poder de los valores es la base sustantiva para construir un país con futuro.

 

Escrito por: Oswaldo Carpio para SanJuandeLurigancho.com

 

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