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Oswaldo Carpio

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martes, 30 de julio de 2013

¿Podemos crearle un nuevo sentido? El sentido de la política

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¿Podemos crearle un nuevo sentido? El sentido de la política

martes, 30 de julio de 2013 - 36686 vistas
¿Tiene un sentido la vida? ¿Tiene un sentido la política? Responder a estas preguntas en la postmodernidad implica una mirada al relato de la modernidad y una ruptura con determinados paradigmas.
 
La política tenía sentido a partir de las ideologías fundamentadas como ciencia en el siglo XIX e, incluso, hasta casi finalizar el siglo XX.
 
Las ideologías más elaboradas o, pretendidamente, más rigurosas desde el punto de vista epistemológico, aquellas que se impusieron en el mundo hasta los años 80 del siglo pasado, como el marxismo-leninismo en las versiones de los grandes hermanos –Stalin, Lenin, Mao, Enver Hoxa, Fidel Castro, entre otros- presentaron esta simple ideología como ciencia.
En el siglo XIX, Marx y Engels, debatieron con rudeza con los “socialistas utópicos” que enredaban, según ellos, a la clase obrera con propuestas no científicas. Ellos representaban la ciencia, la verdad, aquello frente a lo cual no se podía dudar.
 
El marxismo es una racionalización positivista del siglo XIX que se pretendía, rigurosamente, una propuesta basada en una filosofía, el materialismo dialéctico; una propuesta económica rigurosa fundamentada en la crítica a la economía política económica inglesa -“burguesa”- y una visión política basada en la estrategia, la táctica y las formas de lucha del proletariado, sistematizadas en el marxismo-leninismo.
 
Curiosamente, el marxismo-leninismo, esta superchería seudo científica se continúa enseñando en las universidades peruanas como el único método de conocimiento y estudio de la realidad. Por el método “científico” se demostraba, en una visión simplista de la historia que la humanidad debería llegar al comunismo, luego de derrocar a la “burguesía”, instaurar la dictadura del proletariado durante el socialismo, hasta llegar a la sociedad “sin clases” o sin “explotados ni explotadores”. Eso implicaba alcanzar el reino de la felicidad. Curiosamente, aún hoy, en Venezuela, Cuba y los demás países del ALBA estas ideas reaccionarias siguen “vigentes”. Pese a la destrucción de las economías y al cercenamiento de la libertad, estos “ideólogos” mesiánicos siguen tratando de imponer su dictadura contra “la burguesía”, necesaria según ellos, para alcanzar el paraíso.
 
El fascismo y el nacionalsocialismo -derrotados en la segunda guerra mundial- también se pretendieron científicos. Los nazis promovieron investigaciones científicas que demostraban la “superioridad de la raza aria” frente a las demás razas “inferiores”. Sabemos en qué terminó la chifladura nazi-fascista: en el holocausto y la brutal II Guerra Mundial. El “nacionalsocialismo” se extinguió inmediatamente terminada la guerra mundial. El “comunismo” sobrevivió hasta 1990 del siglo pasado pero sus aletazos de muerte aún se mantienen en Venezuela, Cuba y Corea del Norte y en la mente de algunos insignificantes pero violentos partidos en el Perú como el terrorista Sendero Luminoso y el partido Comunista del Perú -Patria Roja/MAS- y el Partido Comunista Peruano, además de grupos como Tierra y Dignidad, Fuerza Social, Partido Socialista y otros que mantienen sus ideales utópico-reaccionarios. Estos militantes tienen una doble vida la mayor parte de las veces: mientras dicen luchar por esa utopía se acomodan lo más que pueden en la “sociedad burguesa” de la que despotrican. Ese “socialismo”  que se desploma a finales de los 80 –caída del Muro de Berlín en octubre de 1989 y desaparición de la URSS y sus satélites con la excepción de Cuba y Corea del Norte- en el Perú pareciera no tener consecuencias para los pequeños grupos radicales.
 
Una de las características que podría explicar una conducta sectaria y mesiánica es el papel que le otorgaron a esta ideología sus fundadores en el Perú.  José Carlos Mariátegui, que funda el Partido Socialista (1928) sostuvo que para él, “el socialismo es filosofía y religión”, es decir, una visión en la que pasada de un cristianismo juvenil a una nueva religión: el marxismo pero esta vez como ciencia.
 
El mesianismo de Marx impregna toda su obra. La idea es pasar de la sociedad del pecado, el capitalismo, a la sociedad sin pecado, el comunismo en donde está la “redención” de los seres humanos. Pero antes se debe pasar por el purgatorio y/o el infierno de la dictadura del proletariado en el socialismo que abrirá paso al reino de la felicidad. Ese relato, una visión reduccionista de la historia y de la humanidad, se impuso como la nueva religión por la cual estaban dispuestos a morir para liberar al mundo del pecado del capitalismo. Por eso “los luchadores sociales” sienten que el mundo es injusto con ellos porque ellos luchan por los demás. “Estos son, aquí están, los que siempre lucharán”, afirman en las calles. Para Sendero Luminoso, con su mesianismo sectario y criminal, había que eliminar a todos los “cabezas negras” que impiden que el reino de la felicidad del comunismo se conquiste. El baño de sangre es necesario para llegar a la sociedad sin clases. Sometidos a ese relato criminal, sus militantes estaban decididos a morir. Todo está justificado en el ideal del futuro paraíso
El sentido de la política para todos los proyectos  totalitarios tenía un telos o un fin-final que les daba sentido. En el caso del el comunismo era la sociedad sin clases, pues   cuando no hubieran más clases sociales, se conquistaría el paraíso eterno o el fin de la historia. El nacionalsocialismo, también tenía un telos o fin-final. Pretendía la eliminación de los judíos y la instauración de un nuevo mundo, un nuevo milenio en el que la raza aria y la germanidad, por mandato de la historia, se impondrían y gobernarían el mundo.
 
Para los dos más importantes proyectos totalitarios del siglo pasado, la felicidad eterna era posible. Había que “luchar” y conquistar ese fin-final, costara lo que costara: guerras, dictaduras, terrorismo, violencia, holocausto. Llegar a la felicidad eterna requería el temple de los “hombres de acero” o de los “súper hombres” que gobernarían, por fin, el mundo. En ese proceso, harían la necesaria “ingeniería del espíritu o de la mente”. Crearían el “hombre nuevo”, que nacería de esos ideales. Ernesto Guevara llamaba a formar “el hombre del siglo XXI” a partir de la “lucha armada”, de la guerrilla, de la acción militar en la que se forjaba el “nuevo hombre”, el “revolucionario” que era un ser superior a todos.
 
Esos fines-finales o telos le daban sentido a la política. Tanto comunistas como nazis organizaron partido políticos verticales, autoritarios, intransigentes con los opositores. Estaban dirigidos por un líder supremo mesiánico que decidía sobre todo, eliminaban la libertad a la que abominaban como un “prejuicio pequeño-burgués” ya que era un obstáculo para la imposición de sus ideas.
 
Estos “líderes” estaban por encima de los simples seres humanos mortales: Hitler, Lenin,  Stalin, Mao y otros debían ser obedecidos ciegamente. Por ello cultivaron la obediencia, “el culto a la personalidad” de líder. Ellos eran los “jefes naturales, los compañeros-jefes”, los “faroles rojos”, los “líderes inmarcesibles”, “los comandantes”, los “jefes supremos” los que jamás se “equivocaban”. Siempre tenían la “línea y las ideas correctas. En China fue Mao y su pensamiento, el llamado “pensamiento del presidente Mao”, que decidía sobre la vida de más de mil millones de personas. El endiosamiento vil de los líderes ha sido una característica de los utopías reaccionarias del siglo pasado que le dieron “sentido” a la política.
 
Los que lucharon contra estos proyectos totalitarios levantaron las banderas de la libertad, la democracia, los derechos civiles y humanos como derechos universales. Todo ello dentro de la ley y el Estado de Derecho. A diferencia de los proyectos totalitarios, la independencia de poderes y la libertad para criticar son fundamentales. La idea de la libertad y la democracia les repugna, les parece pequeña. Frente a la utopía mesiánica, el parlamento es un “establo”, la democracia es una farsa, la libertad es inútil, el crecimiento económico no es importante frente la igualdad absoluta.  En realidad se trata de un auténtico miedo a la libertad, a la creatividad, a hecho de decidir libremente, enfrentar la vida con responsabilidad individual, apelando a la madurez, no subordinándose a un prejuicio, a una ideología y a un “jefe” que interpreta todo y decide que es lo correcto y qué lo erróneo.
 
Curiosamente, los totalitarios que abominaron de los derechos humanos porque los consideraban parte del “humanismo burgués” se han convertido en defensores de los “derechos humanos”. Hoy, curiosamente, también son ecologistas.  Los marxistas-leninistas sostuvieron siempre que ellos seguían la ciencia y, por ende, no podían defender un humanismo “burgués” que frenaba la revolución. Por ello, afirmaban, el “socialismo no es un humanismo porque es una ciencia” que ya tiene definido el destino de la humanidad: el capitalismo, el socialismo y el comunismo que debe llegar inexorablemente. Cuanto más pronto, mejor.
 
Estas ideologías hoy están muertas.
 
Sepultadas las ideologías de la muerte y el fracaso, ¿cuál es el sentido de la política para estos totalitarios y para los que los enfrentaron durante más de un siglo defendiendo la libertad y la democracia?
 
La política tiene un sentido. El sentido que los seres humanos libres le quieran dar desde el pleno ejercicio de esa libertad en un sistema democrático, sustentado en leyes humanas morales que se renuevan conforme cambia la sociedad y los nuevos descubrimientos y en las leyes del Estado de Derecho que tampoco son inconmovibles. Pero esos cambios no buscan ir a los extremos. Buscan la armonía, el bien común, la defensa de la vida, de los derechos civiles y humanos. La sociedad humana evoluciona, cambia pero no en esa visión simplista de un encadenamiento inexorable. Las posibilidades de crecimiento de los seres humanos en el ejercicio de la libertad cuando se busca la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza, son infinitas.
 
En el momento actual en el que en el Perú la política se encuentra  en un profunda crisis que nos obliga a  formular la pregunta sobre el sentido de la política.
 
Es preciso descartar, en primer lugar, a las ideologías de la muerte y el fracaso. Hoy en el Perú algunos intentan revivir aún después de la guerra desatada por el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso. Los partidos que siguen en la misma propuesta “ideológica” hoy se han revestido de “ecologistas” y “ambientalistas” en un radicalismo extremo. Pretenden, con un simple cambio de nombres, un nominalismo simplón, pasar del marxismo-leninismo al ecologismo, el nacionalismo, el anticapitalismo y la defensa de los “derechos humanos”.
 
En el mundo lo que ha quedado por preservar es el sistema democrático que es el mejor sistema de gobierno en el mundo mientras no se cree otro superior. La democracia implica, en primer lugar, la existencia de seres humanos libres. En segundo lugar, la posibilidad de que esos seres humanos libres acuerden procedimientos para vivir respetándose mutuamente. Pero, vivir en sociedad entre seres humanos libres implica ponderar las libertades individuales y las responsabilidades comunes, es decir, las relaciones entre seres humanos libres. Lo que implica definir en forma precisa, en cada momento, esas relaciones y además, con los seres vivos de la naturaleza de la que formamos parte.
 
Pero, todo ello, requiere una mirada del ser humano consigo mismo. Un  conocimiento profundo del ser, de lo que somos, de nuestros conflictos desde el punto de vista antropológico, psicológico, psiquiátrico, biológico, teológico pues somos seres sumamente complejos. Somos un milagro de la naturaleza o de la creación pero, asimismo, imperfectos, conflictivos, cambiantes y aún impredecibles. Por ello, la libertad implica acuerdos desde distintos puntos de vista, tolerancia, aceptación de lo más importante: el otro existe y merece ser escuchado, respetado, aceptado.
 
Tenemos que preguntarnos, nuevamente, cuál es el sentido de la política. ¿Hasta donde llega la libertad? ¿Cómo se gobiernan seres humanos libres? ¿Cómo construimos una nueva moral? ¿Cómo mejoramos la democracia? ¿Cómo controlamos y derrotamos la corrupción?  ¿Cómo hacemos para que se respeten los procedimientos y los acuerdos? ¿Cómo son los procedimientos y cómo se cumplen los acuerdos? Si no se cumplen los acuerdos, quién hace que se cumplan y cómo.  Estos asuntos elementales, tienen, además, una pregunta clave: ¿cuál es el sentido de la libertad, de la existencia humana? ¿Tiene un sentido o no lo tiene? En otras palabras: ¿existe un fin-final o telos común en la sociedad humana o existen tantos sentidos de la política como clases y grupos existan y como puntos de vista existan que se asumen siempre respetando a los otros?
 
Hemos pasado a un proceso largo de vida individual pero nunca dejaremos una condición de la humanidad: somos seres de humanidad, vivimos con otros. Por ende, lo primero, simultáneamente al conocimiento y respeto a nosotros mismos está la afirmación del respeto a los otros, a los seres humanos iguales a nosotros en tanto seres humanos pero distintos por raza, etnia, cultura, educación, conciencia, etc.
 
Si abandonamos las doctrinas comprensivas -las teorías o interpretaciones totalizantes- podríamos afirmar que el sentido de la política dependerá del que cada uno de los seres humanos o ciudadanos libres le otorgue.
 
Desde la antigüedad se sostuvo que el sentido de la vida humana es la felicidad. ¿Es en el momento actual el sentido de la vida alcanzar la felicidad? ¿Qué es la felicidad hoy en el mundo? La vida de los seres humanos tendría sentido en la búsqueda de la felicidad. Pero, ¿qué es la felicidad? Para algunos, la felicidad es buscar la armonía consigo mismo, con los demás y con la naturaleza, o, tal vez, no es alcanzar la armonía sino vivir aproximándose a ella. La felicidad descansaría en esa intención de alcanzarla y no necesariamente en haberla alcanzado definitivamente, porque todo está en cambio permanente.
 
Para otros la felicidad consiste en alcanzar riquezas materiales. Para otros la felicidad reside en la solidaridad y el apoyo mutuo. Todas esas son posibilidades dentro del respeto al otro, a la libertad y a la democracia. Por ello, no es lo más adecuado elaborar ideologías definitivas, mesiánicas que nos conducen al “paraíso en la otra esquina”. Se trata, más bien de asumir la mayoría de edad y vivir el milagro de la existencia sin una determinación externa o basada en la heteronomía, la verdad impuesta desde afuera de nosotros por otros.
 
La pregunta sobre la política, entonces, tiene una razón de ser. ¿Buscamos como sentido de la política ayudar a que las personas, seres humanos libres, cuenten con las condiciones económicas, educativas, sociales, entre otras que les permitan alcanzar un grado de armonía que las conduzca a la felicidad? ¿Qué papel juega el Estado? ¿Quiénes somos nosotros para imponerles a otros nuestros “ideales”?
 
¿O la política tiene sentido cuando creamos las condiciones para que los seres humanos libres adopten una forma de vida en la que determinen, por sí mismas, el sentido que le otorgan a su existencia sin que nadie atente contra sus ideales siempre y cuando éstos respeten la vida de los demás?
 
¿Es el consumo incesante de productos lo que genera felicidad? Probablemente para algunos. No para otros. ¿Es el frenesí del gasto, de la vida “extrema”, la “adrenalina” lo que conduce a la felicidad?
 
El sentido de la vida y de la política en una sociedad de seres libres puede residir en la posibilidad de que cada quién le de un sentido siempre que no atente contra los derechos de los demás. Lo que implica una pensamiento moral o ético.
 
En el Perú se ha logrado recuperar la democracia que es todavía frágil y débil. No nos acostumbramos a la democracia. Vamos a los extremos. Buscamos, consciente o inconscientemente, destruirla por un ideal que no existe en la realidad y que cuando existe, es un ideal utópico creado por un político o “ideólogo” mesiánico decidido a “cambiar el mundo”. La adhesión a esos ideales mesiánicos está relacionado con nuestra insatisfacción con la vida que vivimos, a un claro nihilismo, a una tendencia a vivir una vida escindida para llegar a otro mundo. Nuestra insatisfacción la atribuimos al “sistema”. Hay que cambiar el “sistema”. ¿Por cuál? ¿Quién ha creado el nuevo “sistema”? ¿Qué es el nuevo “sistema”. Algunos carteles utópicos dicen:”nosotros no estamos contra el sistema, el sistema está contra nosotros”. ¿Cuál sistema, el democrático? El nihilista busca destruir lo que existe, negar lo que existe, pero no es capaz de afirmar una propuesta. Por ejemplo, frente a la “repartija” ha que cambiar el sistema democrático o hay que cambiar la forma de elegir a los congresistas, hay que aprobar una ley que impida la reelección indefinida de autoridades en todos los niveles y hay que sancionar a los que no respetan al pueblo y a sus procedimiento. Pero. ¿eso implica cambiar “el sistema” democrático por uno autoritario o por la anarquía?
 
La pregunta es si en el afán de mejorar la democracia vamos a permitir que las viejas ideologías y sus portavoces manipulen el descontento por las debilidades de la democracia y de la economía libre no para fortalecerla sino para destruirla.
 
Tal vez ese es el tema de fondo de hoy. ¿Fortalecemos la democracia o aprovechamos las deficiencias, errores, problemas, vacíos, temas y asuntos a resolver como la desigualdad, la inequidad, la intolerancia, entre otras para destruirla, retrocediendo a las ideologías de la muerte y del fracaso?
 
La política de hoy está en un momento crucial. En un momento de crecimiento o de destrucción, de vida o de muerte, de progreso o de ruina.
 
Optar por la democracia y la libertad es aceptar que es el mejor sistema de gobierno pero que no es perfecto porque no hay obra humana perfecta salvo las utopías reaccionarias que nos llevan con sus cantos de sirena a la autodestrucción.
 
Optar por la democracia y la libertad es impedir que las ideologías de la muerte y del fracaso aprovechen, nuevamente las circunstancias, para destruir la democracia y la libertad e imponer sus pensamientos reaccionarios que comienzan con la imposición de una dictadura de los dueños de la verdad y terminan con la persecución de los que discrepan pues son los que  buscan preservar una sociedad de seres humanos libres. Hay que cambiar las cosas pero no cambiar lo erróneo con algo peor.
 
Es necesario hoy buscar una respuesta al sentido de la política. Es preciso afirmar nuevas ideas y construir una nueva moral, una relación cada vez más armoniosa de los seres humanos en sus tres relaciones: consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
 
Definir una nueva relación entre los seres humanos implica, asimismo, una relación con el Estado y con el mercado.
 
Pero todo ello es posible si fortalecemos la democracia en lugar de destruirla. Una nueva moral requiere su expresión en leyes que derroten y sancionen severamente la corrupción, el robo de los bienes públicos y el engaño permanente.
 
Si preservamos la democracia y la libertad, se requiere, también, defender de los que la quieren destruirla y caminan, taimadamente, junto a los que luchan por una política decente, limpia, transparente.
 
Construir un nuevo sentido,  un fin-final que nos aleje de las ideologías totalitarias, las ideologías del fracaso, la esclavitud y la muerte, que hoy se manifiestan en ineficiencia e incompetencia, y también en el engaño de la “lucha de masas” con los mismos métodos y las mismas estrategias de las ideologías de los siglos XIX y XX de los totalitarios que impusieron por medio del odio sus ideales reaccionarios.
Busquemos los cambios en libertad y en democracia, respetando los derechos y las libertades de los otros, iguales a nosotros en el sentido que somos seres de humanidad. Ese es el sentido de la política.

 

Escrito por: Oswaldo Carpio para SanJuandeLurigancho.com

 

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