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Julio Abanto Llaque

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jueves, 15 de marzo de 2007

La Historia del Vino en el Valle de Lurigancho

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La Historia del Vino en el Valle de Lurigancho

jueves, 15 de marzo de 2007 - 51268 vistas

El vino, bebida que por excelencia es apetecible para cualquier acompañamiento y brindis, ha sido producido no sólo en valles tradicionales de la costa sur, sino también en valles de nuestra serranía y pequeñas haciendas que existieron hace algunas décadas en nuestro distrito.

Nuestro país tiene una historia vitivinícola que se remonta a los primeros períodos de la colonia (mediados del siglo XVI), y es que son los mismos conquistadores europeos, quienes sorprendidos por las gratas condiciones climáticas, traen desde lejanas tierras las plantas de uva las que gracias al particular clima, al tipo de riego y suelo; adquieren, en esta parte del continente, sus propias características.

En el viejo mundo la historia del vino es tan antigua como las civilizaciones que conocieron de las bondades de la vid, los arqueólogos mas de una vez han descubierto en sitios del valle del Jordán, también al este de Macedonia y en el Monte de Fotolivos, en Drama semillas de uva, que hacen reconocer la milenaria presencia del vino en las culturas del viejo mundo. Por otro lado, cuando observamos los murales de los templos egipcios entendemos que dicha bebida era deleite de Faraones. En el Perú, según narra el Inca Garcilazo de la Vega, el primer español en importar uva desde las islas Canarias y llevarlas al Cuzco fue Francisco de Carabaotes; ya para 1555, la familia de Garcilazo, recibe como obsequio de Bartolomé Terrazas un cargamento de uvas, las cuales fueron repartidas a sus vecinos de la Ciudad Imperial.

Representación de la cosecha de uvas en el antiguo EgiptoRepresentación de la cosecha de uvas en el antiguo Egipto

La costa peruana -con mayor intensidad los valles del sur- por sus suelos calcáreos son los que por tradición han amoldado una producción prodigiosa y por demás recordar cuna de un fino destilado como el “Pisco”, un producto a no dudarlo 100% peruano. Sin embargo, se puede decir que no existía hacienda o iglesia durante la colonia que no se procure abastecer de tal preciado producto, por ello, tanto la siembra de uva como la producción de vino no estuvo ajena a las haciendas del valle de Lurigancho, aunque las referencias al respecto son escuetas.

La arqueología también ha permitido encontrar rutas de intercambio, por ello, en diversas estancias de lomeros y paso como el abra Collique en Canto Grande contienen evidencias de botijas muy antiguas y botellas en técnica del soplado, las cuales se fabricaron para transportar y mantener el preciado líquido.

Una botija antigua y botella en técnica del soplado encontradas en nuestro distrito, ambos para almacenar vinoUna botija antigua y botella en técnica del soplado encontradas en nuestro distrito, ambos para almacenar vino

La tradición oral que se conserva en algunos pobladores antiguos y los registros de uso de suelo certifican lo afirmado. Durante la década del 70, periodo de mayor expansión urbana, se ocasiona la destrucción y casi desaparición de los campos de cultivo, siendo diversos los fundos y haciendas del “valle de Lurigancho” que se dedicaron al cultivo de vid. En el valle del Rímac se contaban con 680 hectáreas de las cuales solo 180 eran para la uva de mesa, las otras destinadas a la industria del vino.

Era sabido que haciendas como Mangomarca, Azcarrunz, Queirolo en Cantogrande se dedicaban al cultivo de la preciada fruta. Relatos de aquellos años nos permiten conocer su presencia en las huertos del valle: “Aquel 22 de febrero, de ese año (1973) en que las uvas ya maduraban y los tomates coloreaban, un tractor y mucha gente calentaban motores en San Hilarión Bajo; y otro equipo igual o mayor, ya levantaba polvareda en los que hoy es San Carlos en Canto Grande” (Alegre, 1990:109).

María Candelaria Quispe, desde muy niña trabajó en la hacienda de Miguel Checa, en Mangomarca, a pesar de sus 85 años sus recuerdos son el mejor testimonio de la vida rural del valle: “Nunca he tenido miedo, acá los campesinos contaban del susto en la noche, pero nunca e visto nada, eso es mentira, no había nada, cuando mi esposo era guardián de la uva, íbamos a media noche, estando el cementerio por allí cerca, eso del susto, de las almas, es mentira, boca de la gente que cree, yo no tengo miedo, yo con mi machete iba de noche, nunca me paso nada”.

Otra antigua residente de Lurigancho, la Sra. Libia Arias, residente del histórico Pueblito nos confirmaba que por tradición de algunas familias como los Trabuco, de origen italiano, se elaboraban vinos, las cantidades no eran industriales pero estaban destinas a satisfacer la demanda de la familia y acompañar de manera maravillosa las tardes señoriales, acompañadas por la buena música y los alegres bailes. “Tremendas fiestas y buen ponche de su vino hacían los hacendados, nos invitaban y era de mucho gusto ver allí a las hermanas Travesí y a la señora Chabuca Granda, con quien varias veces he cantado” (testimonio: Libia Arias, 2005).

Después de tres décadas, donde los fértiles campos se convirtieron en las actuales urbanizaciones; la tradición de una familia, cuyas raíces de amor a la producción de vino se remontan a varias generaciones, encontró la mezcla perfecta de continuar con su pasión, si bien la uva no es producida aquí, si no que provienen de su tierra natal Imperial, en Cañete.

En la actualidad, la familia Candela Flores, recuerda con nostalgia los pocos plantones de vid que sobrevivían cuando vinieron a vivir a la urbanización de Inca Manco Cápac, la costumbre del sembrado hizo que algunas cepas se repartieran entre los vecinos y las primeras cosechas fueron destinadas a la preparación vinícola, después de 20 años, esa idea se ha transformado en un excelente negocio que ha sabido despertar aquel adorado recuerdo de producir el mosto y el maravilloso fermento de uva que brinda como producto una variedad de vinos que sin duda conservan el buen gusto a familia y tradición.

Los vinos Candela de San Juan de Lurigancho, son sin duda el producto de un refinado gusto al buen vino, a esa madurez que año tras año los acerca a los renombrados del sur. Son el continuismo de una actividad que se creía perdida con el cemento y el asfalto y hoy al beberlos nos añora esa campiña luriganchina, al alegre canto del humilde labrador y al gusto del señor quien montado en su corcel recorría con orgullo aquello viñedos. Si bien es cierto, la uva es de Imperial, la vendimia la hacen las hijas de este distrito y el gusto por excelencia, es esa mezcla de historias y costumbres. !Salud¡ por ello.

 

Escrito por: Julio Abanto Llaque para SanJuandeLurigancho.com

 

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