El día que conocí a Nazario De La Cruz, note en él un tremendo interés por impulsar el desarrollo cultural de su comunidad: “Caja de Agua”, uno de los barrios más antiguos de nuestro distrito. Le propusimos realizar una exploración en las laderas de los cerros que rodean su comuna con el fin de ubicar algún resto arqueológico. En el año 1996 se había efectuado exploraciones en San Juan de Lurigancho y prácticamente no habíamos prospectado esa zona, ésta se presentaba como la oportunidad ideal de hacerlo y sacarnos el clavo que desde hace años teníamos en torno al lugar; sabíamos que por esta banda paso el antiguo camino que unía el valle de Lurigancho con las pampas de Amancaes, sabíamos del hallazgo de “gentiles” en décadas pasadas, nos era interesante recoger la información narrativa de mitos y leyendas que giran sobre una Caja de Agua rural y sus cerros, y como dato adicional Lorenzo Rosselló, quien estudiaría, en la década del setenta, las líneas y figuras de Canto Grande, aseguraba haber detectado alfarería temprana en el cerro San Cristóbal. El panorama nos era de lo más alentador e interesante, aún no presagiábamos lo que encontraríamos en los días siguientes.
Al equipo de exploración se unieron dos colegas recién egresados de la Escuela de Arqueología de San Marcos: Jorge Champi y Anderson Chamorro, ambos luriganchinos y con los mismos deseos que los míos. En eso años, además de participar como investigadores del Instituto Ruricancho, me desempeñaba como encargado del Área de Patrimonio Histórico de la municipalidad local, cargo por el cual conocí a Nazario. Explorar arqueológicamente esa área peri urbana, era la oportunidad de mostrar a los pobladores un pasado el cual les es ajeno y entender la amplia ocupación de quebrada Canto Grande a través del tiempo.
Una nublada mañana del mes de septiembre del año 1999, iniciamos el recorrido por la zona de entrada a la antigua Av. Canto Grande, a la altura del paradero 2 de Las Flores. En las faldas de éste cerro llamado “Las Ramas” habíamos, en años anteriores, descubierto evidencias de ocupaciones domésticas que datan de la época Inca (1500 d. C). Subiendo su colina y bordeando toda la ladera y después de haber sido ladrados por una veintena de perros y sólo encontrar, hasta el momento, pequeños albergues y estancias de “Chivateros”, quienes hasta hace 50 años pasteaban con su ganado por estas estribaciones, Champi se detuvo casi al llegar a la cumbre del pequeño cerro Gramal, un alineamiento de piedras se mostraba como el primer indicio de una sorpresa mayor. Poco a poco fuimos reconociendo otras estructuras cubiertas por el tiempo y definimos pequeñas plataformas y cimientos de muros.
El patrón arquitectónico nos era conocido y fue el hallazgo de fragmentos de viejas vasijas las que reafirmaron nuestra hipótesis, nos encontrábamos parados sobre una estructura que data del 500 antes de Cristo (a. C.). Para nuestra sorpresa eso era más de lo que suponíamos encontrar. Con este entusiasmo y mientras mis compañeros realizaban un croquis y levantamiento del sitio enrumbe hacia las cumbres cercanas de cerro Santa Rosa y el Altillo, en ellos efectuamos el hallazgo de restos de aldeas del estilo que denominamos Blanco sobre Rojo, es decir del 200 a.C.
Maravillados por la primera exploración descendimos por el lado de la imagen de la virgen de Chapi. Es indescriptible la emoción que uno siente al efectuar estos descubrimientos, eso es el milagro de la arqueología, tiene el poder de volver a la “vida” a sociedades que nos antecedieron, nunca veremos sus rostros pero en nosotros está la obligación de mirar a nuestro pasado con respeto y cimentar nuestro desarrollo en el ejemplo de ellos. Esperamos en algunos años tener la oportunidad de excavar en algun lugar y entender la historia de quienes construyeron y vivieron en esta aparte del distrito.